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Desmog

Los grupos ecologistas insisten en la necesidad de paralizar la apertura de nuevos yacimientos de petróleo, carbón y gas, pues la sola explotación de los proyectos de combustibles fósiles actuales ya nos situaría por encima del Acuerdo sobre Cambio Climático de París 2015, destinado a limitar el calentamiento global a menos de 2ºC. De hecho, existe todo un movimiento basado en el lema “Dejadlo bajo tierra” que persigue esta idea.

Dado que la Casa Blanca ha renovado su apoyo a los combustibles fósiles, y tomando en cuenta los resultados de algunos informes, quizás tengamos que centrarnos en la batalla por “Dejadlo en la vaca”*. Según predicen los expertos, y si seguimos con la tendencia actual, la actividad agrícola será responsable de casi la mitad de las emisiones de carbono para 2050 si queremos mantenernos por debajo de los 2ºC de calentamiento.

Según la Universidad Chalmers de Tecnología de Suecia, esa es la perspectiva que tenemos por delante a menos que el mundo disminuya su consumo de carne, especialmente de ganado vacuno y otros rumiantes. La cría de rumiantes produce grandes cantidades de metano, un gas de efecto invernadero mucho más potente que el dióxido de carbono, aunque con una vida más reducida.

Una forma de considerar el problema es la que propone el movimiento global “Lunes sin carne”. Pero el citado estudio muestra que el impacto de la dieta en el cambio climático no depende tanto la cantidad de carne que comemos, sino de cuánta es de res o de cordero y de la cantidad de productos lácteos.

Un estudio de 2017 de la citada universidad concluye que “pasar de una dieta basada en carne de rumiante a una dieta de carne de animales monogástricos (pollo, cerdo) reduce las emisiones [de metano] casi en la misma cantidad que pasar a una dieta completamente vegana”. Investigadores de la Universidad de Oxford llegaron a las mismas conclusiones en 2016, afirmando que el cambio a una dieta vegetariana podría reducir las emisiones de gases invernadero en 2/3.

(Por supuesto, el veganismo es una opción. Pero tanto los huevos como los productos lácteos tienen la mitad de impacto en el cambio climático que el consumo de pollo y vacuno).

Es preciso señalar que muchos de estos estudios no toman en cuenta los cambios en el uso del suelo que supone el consumo de las diferentes dietas. Pero la FAO calcula que el 70 por ciento de la selva amazónica se ha transformado en pasto para el ganado y los investigadores de Chalmers señalan que sustituir las hamburguesas por las judías probablemente no conduciría a un aumento de las tierras de cultivo.

La agricultura en las conversaciones sobre el clima de la ONU

Es evidente que cambiar lo que ponemos en el plato es solo una de las maneras de reducir el impacto climático de la dieta (aunque, para Estados Unidos, es seguramente una de las maneras más inmediatas y sencillas). Otras dos formas de abordar el problema son aumentar la productividad de la agricultura (aunque el ganado juega aquí un papel importante) y utilizar técnicas de mitigación del cambio climático como el cultivo de plantas de cobertura que almacenan carbono en el suelo.

Por otro lado, las conversaciones sobre cambio climático de la ONU cada vez dan mayor importancia a la agricultura cuando se habla de reducir las emisiones de gas. En la cumbre del Clima celebrada en Marrakech, por ejemplo, al menos 80 sesiones se relacionaban con esta actividad.

Pero no siempre ha sido así.

“La agricultura lleva mucho retraso”, declaró Craig Hanson, director del programa de alimentación, bosques y agua del World Resources Institute a los informativos de InsideClimate. “Es asombroso que haya costado tanto… pero finalmente nos estamos ocupando”.

Además, la ONU lanzó en 2014 la campaña por una Agricultura Inteligente dentro de la Alianza Global por el Clima. Pero sus esfuerzos parecen más centrados en ayudar a los agricultores a ser más productivos y resilientes para afrontar el cambio climático, mientras que el objetivo de reducir las contribuciones de la agricultura a los gases de efecto invernadero viene con la coletilla “cuando sea posible”.

Habrá que ver el énfasis que se haga en la agricultura en las conversaciones sobre el clima de este año, en Bonn.

La salud global depende de la producción ganadera

La producción de ganadería intensiva, las factorías de carne, también ha centrado la atención de los expertos, tanto por sus consecuencias sobre el clima como por las que tiene sobre la salud pública. En mayo de este año, unos 200 expertos en áreas que van de la medicina a la climatología publicaron una carta abierta pidiendo al próximo director la OMS que abordara los efectos del cambio climático sobre la salud.

La carta decía: “Aunque muchas de las iniciativas anteriores acometidas para abordar la ganadería intensiva estaban relacionadas con el bienestar animal o cuestiones medioambientales, estamos convencidos de que la limitación del tamaño y de las prácticas adversas de la ganadería intensiva es fundamental para mejorar la salud global”.

Además del cambio climático, la carta pasa revista a la resistencia a los antibióticos y al aumento de la obesidad y las enfermedades no infecciosas (como la diabetes) entre las repercusiones negativas de la ganadería intensiva. La carta continúa diciendo:

“El cambio climático no reconoce fronteras, ni tampoco lo hacen las enfermedades infecciosas resistentes a los medicamentos. A pesar de ser los que menos contribuyen a la carga global de las actividades ganaderas, los países más pobres del mundo son los más vulnerables al aumento del nivel del mar, a los desastres naturales causados por el cambio climático, a la inseguridad alimentaria y a las enfermedades infecciosas”.

Como nota positiva, el nuevo director de la OMS, el Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus señaló como una de sus prioridades la de abordar el impacto del cambio climático y medioambiental sobre la salud.

Claro que la OMS llevaba tiempo vigilando el tema. Esta agencia de la ONU actualizó en 2014 su informe sobre los impactos en la salud del cambio climático, publicado por primera vez en 2000. La última versión afirma que “se estima que, entre 2030 y 2050, el cambio climático causará alrededor de 250.000 muertes adicionales al año”. La organización cita la malnutrición infantil, la malaria, la diarrea (por falta de agua potable) y la exposición al calor como las principales causas de estas muertes. No obstante, probablemente subestima el alcance del impacto del cambio climático sobre la salud.

Por si fuera poco, cambiar el modo de producir la carne que nos comemos no aborda necesariamente su huella climática. El economista medioambiental Fredrik Hedenus de la Universidad de Chalmers es autor de diversos estudios sobre las contribuciones al clima del vacuno y los productos lácteos mencionados más arriba. Según este autor, la carne producida mediante ganadería extensiva no mejora las emisiones en relación con la ganadería intensiva. Pero, por otro lado, si no existiera la ganadería industrial no sería posible mantener un consumo de carne tan elevado.

El mundo ya está sintiendo los efectos del cambio climático tras aumentar de promedio 1ºC por encima de la temperatura existente antes de que comenzáramos a quemar ingentes cantidades de carbón, petróleo y gas. Dada la situación en la que nos encontramos, con escasas posibilidades de evitar un “peligroso” calentamiento global, la ciencia sugiere que no podemos permitirnos dejar fuera de la mesa de negociaciones a la alimentación y a la agricultura y la ganadería.

Nota:

* En inglés el nombre de la campaña es “Keep it in the Cow”, a semejanza de la otra: “Keep it in the Ground”, (N. del T.)

Fuente: https://www.desmogblog.com/2017/08/31/meeting-paris-goals-means-dealing-climate-impacts-meat-agriculture